ALEJANDRA CREIA EN EL AMOR ETERNO


 

Siempre había creído en el amor eterno

Siempre había creído en el amor eterno. Toda la vida yo lo he vivido en mi familia…  Una vez pensé haberlo encontrado, me convencí de que era el amor de mi vida. Me equivocaba, pero eso lo se ahora. Entonces, durante casi quince años, hice lo impensable a pesar de lo evidente. Ahora no lo haría, porque ahora tengo algunas dudas sobre el amor, pero sobre todo algunas certezas.  Ahora se que el debía haber creído lo mismo que creía yo y en el mismo momento, y también debíamos haber sentido lo mismo. El debía haber sido un ser igualitario, sin complejos de superioridad ni de inferioridad. Sin conceptos erróneos sobre lo que es un género u otro. Un ser humano que se relaciona con seres humanos.

Ahora amo con frustraciones, antes no. Pensaba que todo lo había superado… me equivocaba de nuevo… Hoy se que siempre quedan señales imperceptibles y estas son las peores. Quedan marcas, mejor dicho quedan ausencias… es como que falta algo… como cuando te preguntan: ¿no notas que es lo que ha cambiado? Es como cuando intentas ver las diferencias fabricadas entre dos viñetas por los que elaboran los juegos y pasatiempos. Siempre hay errores y modificaciones. Siempre hay algo que te vuelve loca, que no hay modo de encontrar y entonces recurres a mirar las soluciones que tú eres incapaz de hallar.

Pensaba que la primera y la viñeta actual de mi vida y mi alma, eran exactamente iguales. Pensaba que mi mirada era mía, la de siempre, mi visión del amor inmutable… y no. Ahora creo que el amor eterno no existe. Existen las voluntades para convertir el amor, en amor eterno. Existe en algunas personas la capacidad para que permanezca. Existe el tesón para  lograrlo. Y esa es la capacidad que no se si he perdido. Tal vez mi alma profundamente herida decidió desprenderse de esa rémora, de ese rasgo que tanto dolor causó en mi vida. Lo inconcebible es que todo fue por un auténtico amor, por una locura, por seguir tras un sueño.

Cuando pienso en ese pasado doloroso siempre tengo que hablar en tercera persona, hablo de ella como de otra, la que fui en un pedazo de mi vida. La que nunca hubiese querido ser. Y ahora: una fracción de aquella locura.

Alejandra daba los últimos toques  en su cocina, se disponía a situar cada servilletero, en su lugar correspondiente.

-¡Listo!, esto tiene buen aspecto.

 Acababa de apagar la cazuela de barro, donde había preparado el bacalao.  Iniciaba una nueva vida, y esto formaba parte de ella.

Hace tan solo medio año, ella con veinte, tenía otra vida radicalmente opuesta a esta. Cursaba segundo de carrera, en una preciosa ciudad universitaria. Vivía a su puñetero aire, sin pensar en organizar por completo, la vida de una familia, ni la de nadie. Sin compras, sin estrictos horarios. De repente dijo ¡me caso!  Sus familiares y amigos no lo entendían muy bien. Pero ella estaba enferma de amor. Y ahora, a veces se encontraba corriendo como una loca, por que había olvidado mirar el reloj, y de repente

-¡La sirena de la escuela!, ¡la niña!

Intentaba adaptarse, y ser una buena esposa y madre.  Ahora a sus veintiún años recién cumplidos, era “ama de casa”. Ella, que no había respetado ni los horarios de comida. Iba entrando en el mundo con reloj, en el mundo de los menús, en el mundo con la vida familiar, aprendía a querer a las niñas. Pero lo que peor llevaba, era cambiar de sábanas cada semana, sin lavadora, se le hacía muy pesado, lavar las sábanas de cuatro camas en la bañera, acababa con la espalda molida, pronto se recuperaba, la juventud. Además pronto se hartó, y  fue espaciando las coladas. Al menos, modificó sus hábitos extremadamente pulcros. Su flamante nuevo esposo; lo de nuevo es un decir, le llevaba muchos años; y sus hijas, no apreciaron el cambio, y su espalda lo agradecía. Porque su marido, no agradecía lo suficiente su esfuerzo, el era brusco, era su personalidad, también con sus hijas lo era, no había problemas, lo entendía ella así.

Acabó de poner los cubiertos, él  estaba a punto de llegar. En esos momentos, Alejandra se esforzaba por arreglarse, se peinaba, se lavaba los dientes, se ponía ropa de calle, menos cómoda que la que normalmente llevaba en casa. Era un ritual habitual en ella. Ya habían tenido alguna discusión por este motivo. El consideraba que las mujeres deben ser coquetas, y esto es lo que el entendía por coquetería. Su primera esposa era muy coqueta, se preparaba solo para él, vivía solo para él, anteponía incluso su amor por el, a sus hijas. Y claro, Alejandra sufría en silencio, sus reproches.

Escuchó el tintineo de las llaves entrechocando en la puerta. Se abalanzó sobre él rodeándole con sus brazos para darle un beso. El no era tan apasionado con ella. No le gustaba demasiado que le abrazase, que le besase, y menos aún en los labios. En esos momentos, Alejandra solía pedirle “un beso de novio” Y a veces lo conseguía. Y cuando sucedía ¡Era tan feliz! Y sin embargo eran tan solo migajas. Las migajas restantes de otro banquete del que ella no disfrutaba… Pero eso era otra historia.

         ¿Que tal has pasado el día?

         Bien, y el tuyo ¿como ha ido?

         Te he preparado Bacalao, que tanto te gusta.

         Voy a lavarme las manos.

Alejandra, sentó a las niñas en la mesa. Sabía, que con la pequeña, se tiraría tiempo extra, para hacerle comer. Siempre sucedía, y esto le exasperaba.   

Fue sirviendo el primer plato, ensalada campera. Las niñas comían muy bien este plato, el bacalao, no lo tenía tan claro, era la primera vez, desde su boda, que lo preparaba.

La primera parte de la comida fue tranquila relativamente, tan solo hubo una pequeña discusión de las dos niñas mayores, y el padre les lanzó un bufido que las apaciguo. “Le tenían mucho respeto”, eso era lo que ella pensaba. Con el tiempo supo que ellas también vivían a su modo la violencia.

Alejandra, por fin mostró el plato que había preparado con tanto cariño. Se dispuso a servirlo. El empezó una pieza, y apenas la hubo probado, escupió el primer bocado, y la primera lindeza.

         Pero esto… ¿Que mierda es? Está fatal, además, tu ¿cuando has visto que el bacalao se prepare con tomate? ¡Se prepara con pimientos choriceros! ¡No tienes ni idea! ¡No sabes hacer nada bién!

         Perdona, pero el bacalao se hace de mil formas.

         Con tomate está asqueroso.

         Pues si a ti no te gusta lo comes o lo dejas pero no es necesario armar jaleo. Y podrías intentar ser más amable, con quién se ha tirado  horas, comprando, preparando y cocinando.

         ¡Mecagüen la leche! Encima tengo que aguantar a la gilipollas esta. ¡Vete a tomar por culo!

Dicho y hecho, mandó el plato de Bacalao, contra los azulejos de la cocina, recién pasados con blanco España, como le enseñó su madre. Algún trozo de bacalao iba deslizándose azulejos abajo, dejando el rastro que dejan las babosas cuando se arrastran por la tierra, pero en un tono rojo intenso. El plato quedó hecho añicos por el suelo, la cocina nuevamente sucia…

Las niñas,  no dejaban de mirar su plato y comer el bacalao, no sabia ella si por miedo, o por solidaridad. El padre se levantó de la mesa, dirigiéndose al lavabo y dando un enorme portazo. Salió inmediatamente dando otro portazo. Y para finalizar la puesta en escena, se encerró en el dormitorio. Dando un último portazo con la puerta  y en su corazón.    

Alejandra se sintió, con el gran dolor que solo el lograba hacerle sentir. Como nadie lo hizo en el pasado. Cada día añadía una nueva tristeza. Un punto más de desesperación. Una gota  renovada de amargura. Una sensación creciente de desesperanza. Un profundo e intenso dolor sin posibilidades de anestesia. Una caída en picado de su alma. Era superior a sus fuerzas. Cada vez que tomaba estas actitudes, no entendía nada. No se parecía a nada. No reconocía ese sentimiento. Nada de lo conocido por ella, se asemejaba a esta incertidumbre. Mezcla de amor con odio. De temor  y confianza. Alegría y nostalgia. Todo… Nada. ¿Que es esto? 

Alejandra sabría con los años el auténtico origen de su enfado. Conocería la realidad de este malestar de su flamante esposo y amante…. El seguiría ahondando en el dolor profundo, insondable, en crecimiento, frío, duro; antes desconocido y que desde el principio de su relación supo ir elaborando, alimentando, tejiendo a su alrededor. Iba confeccionando y refinando su círculo, sus normas, su montaña rusa particular. Un eterno y constante ciclo.

Acerca de Mariangeles Alvarez García

Psicóloga. Psicoterapeuta. Feminista. Involucrada. Interesada en los viajes introspectivos. En búsqueda.
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